Cuenta con diez habitaciones con forma de cubo, inspiradas en las casas californianas de Craig Ellwood y encaramadas sobre terrazas de piedra; una suite ambientada en el siglo XIX, que ocupa la antigua vivienda del ermitaño; una piscina cavada en la roca; y un restaurante -abierto a todos- de cocina regional actualizada, entre otros espacios comunes proyectados por las arquitectas Estela Camprubí y Eugènia Santacana.

No hay que marcharse sin haber probado el ternasco de Aragón, el jamón de la D. O. turolense, y la trufa de Monroyo (en temporada). Respecto a los kubes, perfectamente integrados en el paisaje, revestidos de lamas de madera cuperizada, con los frontales acristalados, y dotados de chimeneas colgantes, bañeras encastradas en el suelo de pizarra y las lámparas Cesta de Miguel Milà para Santa & Cole, dicen: “teníamos que poner un techo a la naturaleza para disfrutar de las más alucinantes puestas de Sol sin pasar frío (¡o calor!) ni mojarte”.

Por cierto, durante el mes de agosto casi todos los pueblos de la zona celebran sus fiestas patronales, un aliciente más para descubrirlos uno a uno.